Según
la mitología griega Midas fue un rey de
Frigia (antigua región de Asia Menor). Tenía muchas propiedades e inmensas
riquezas en joyas, y tesoros artísticos, hasta cuadros de Picasso digo yo (en
esa época qué Picasso, es por decir algo). Vivía en un lujoso palacio y uno de
sus orgullos era su hermoso jardín de rosas. Pero, sobre todas las cosas
materiales del mundo Midas amaba a su hija de nombre Zoe.
Pero lo
que son las cosas cuando se trata de seres humanos, lo que lo hacía sentir más
dichoso era la posesión de oro y su contacto, hasta se bañaba en este metal
como el Tio Rico Mc pato y una de sus distracciones favoritas era contar sus
monedas de oro por diversión. Dionisio, el dios del vino y de las fiestas carnavalescas
llegó un día sin avisar a Frigia, acompañado por Silenio (dios menor de la
embriaguez, algo así como el acompañante buena persona que lleva al borracho a
la casa a la madrugada). Estaban muy cansados porque el camino fue largo y
culebrero, entraron al jardín de rosas y se quedaron dormidos. Midas los reconoció
y los invitó a hospedarse en su palacio.
En agradecimiento
Dionisio, le dijo que le cumpliría cualquier deseo, ¿y cuál iba a ser señores…?
Adivinaron, Midas respondió “deseo que
todo lo que yo toque se convierta en oro”. Dionisio le dijo, listo mi
muchachón, pero espero que lo hayas pensado bien..
Al otro
día, Midas comenzó a tocar todo para comprobar si era cierto que su deseo se había vuelto realidad. Corrió por
todas partes tocando cuantas cosas se ponían por delante y todos los objetos se
iban convirtiendo en oro.
La dicha
le duró hasta la hora del desayuno cuando quiso comer porque comenzando por el
tenedor y la cuchara y siguiendo con los platos y alimentos todo se transformo
en dorado metal reluciente y hermoso pero poco apetitoso, tocó la copa de vino
y zas, lo mismo, las frutas, los panes y los peces todo se volvió de oro;
entonces comenzó a llorar a moco tendido como se dice por estos lados y su hija
al escucharlo bajó a consolarlo (digo bajó porque se me metió que la alcoba
estaba en el segundo piso) y listo, le quedó convertida en una bella estatua de
oro en pijama.
Ahí si
fue que Midas chilló con más ganas y desesperado le suplicó a Dionisio que le
quitara la facultad de convertir en oro lo que tocara. El dios de los borrachos
sintió compasión del rey y le dijo que la única forma de revertirlo era
que se lavara las manos en el río Pactolo pero sin jabón porque este se
volvería oro y es muy difícil refregarse con una piedra por más oro que sea. Después,
cogió una totuma, la llenó de agua
y se la echó por encima a su hijita Zoe que recuperó su forma normal pero no el
sueño.
El resto
es moraleja, siempre ponen a este rey como ejemplo de avaricia y de lo que no
debemos hacer, es por esto que nunca me gustó el oro, pero también es cierto
que cuando bebía invocaba a Dionisio a ver que deseo me concedía pero el maldito
nunca acudió
Edgar
Tarazona Angel
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